lunes, 20 de marzo de 2017

¿Qué le pido a un libro?

¿Qué le pido a un libro? En principio, como tal libro, que su tipografía sea excelente. Y creo, junto a don Stanley Morison, que la excelencia de una tipografía se mide en términos de invisibilidad. Que el tipógrafo no se interponga entre lo que leo y yo como un camarero importuno. Tan sólo que me haga suave y fácil el viaje y no me pierda por sinuosas calles entre párrafos. Ni que me deje llorar con líneas huérfanas. Que funcione, cuando lo necesite, la venerable matemática y que la página tenga un buen color, pero que esa matemática no acabe deviniendo lastre, pues dos más dos, en el mundo, no siempre suman cuatro. Y que sepa usar la tinta más difícil, que es el espacio en blanco. Luego, a lo que leo, simplemente le pido que me guste, y, si es posible, que me enamore en un inagotable idilio. Que el libro viva y duerma conmigo, viaje conmigo, se desgaste conmigo. Que a pesar de nuestros momentos de silencio mutuo, sepamos encontrarnos a la vuelta del tiempo como dos viejos amigos que tienen mucho que decirse, cambiados, fragmentados por los días o las noches, y sin embargo, oh misterio, siempre los mismos. Que nunca se pudra, nuevo, en las estanterías, y que la intemperie dore sus páginas como un erudito otoño, pero que venga agotado de muchas deslumbradas primaveras. Y que algún día, tal vez, nos pida ser regalado: y es que no hay libro más vivo que el que cambia de manos.

lunes, 13 de marzo de 2017

Guirnalda

(Homenaje a Karyotakis)

Regla triste y vertical, los cuerpos
se encienden y se apagan al fondo de los días
igual que un firmamento
de preguntas, fotogramas, trazos
apenas perfilados en la tibia sal del labio.
Y van cayendo, uno tras otro, rescoldos y penumbra,
en su solo segundo triunfante.

He aquí el cansancio
declarado hace tanto en el ruido blanco de los árboles
o en las radios que no transmiten más que el escueto parte de la ceniza.
Han publicado en letras grandes las últimas heridas vespertinas
y detrás de los cuerpos el niño se encoge y tiembla,
atravesado por el más elemental futuro.

Lo escuchamos, de pronto, ese tibio sonsonete
que va extendiendo sus dedos por la piel
hasta llegar a acariciarnos el corazón del miedo.

Un viento mitológico tañe --música de ancestros-- la memoria,
y un tumulto de miradas transparenta la noche,
viejo pregón sin letra, premonitorio y solemne.
Y nos cogemos las manos (las tuyas, las mías, las de todos),
como un sostén final, un gesto de cobijo
o un simple deseo de ternura;
y verticales y tristes, muy tristes, nos dejamos caer
allá donde la noche nos convoca
igual que una guirnalda de silencio,
como gentiles pétalos de sueño

(porque sabemos
que un cuerpo no es sino continuación de otro).

Juan Manuel Macías
(Inédito)

jueves, 2 de marzo de 2017

Melancolía de Jasón, hijo de Cleandro, poeta en Comagena, 595 d.C.

 

El declive de mi un cuerpo y mi belleza
es  la herida de un horrible  cuchillo.
Resignación no tengo en modo alguno.
Acudo a ti, Arte de la Poesía,
que algo sabes de fármacos, intentos
para dormir el dolor, en la imaginación y la palabra.

Es la herida de un horrible cuchillo.
Arte de la Poesía, trae tus fármacos,
los que hacen –por un momento– que no sienta la herida.

(De C.P. Cavafis, «Poesía completa», trad. de Juan Manuel Macías. Pre-Textos, 2015)