sábado, 28 de abril de 2018

[Los pájaros sostienen la mañana...]

Los pájaros sostienen la mañana
con su tibio presagio. Los venimos oyendo,
desde siempre o desde nunca,
en la ventana imprevista donde acaba el invierno,
en la plaza inminente de todos los deshielos.

Suben y vuelan los pájaros, rubrican nuestros viajes hacia dónde;
en los hoteles deshilan su largo ovillo de promesas;
en la quimera encendida de las tardes dejan su vaga tinta
y se marchan, y se marchan los pájaros entre dudas como puntos suspensivos.

Lloramos pájaros.
Sangramos pájaros, incluso,
por ese latido, esa música, ese color simplemente libre, indescifrable,
mucho antes de que los primeros labios tristes se rindieran
y declararan confines como «alondra», «tórtola», «ruiseñor», «vencejo».

Y cuando la noche se lleva el mundo con sus pájaros
aún se estremece un pequeñísimo jirón de cielo
en nuestra leve frente enferma,
lo mismo que un fanal olvidado en las afueras,
donde el joven amor insiste otra vez en sus pájaros antiguos.


(De Emisarios, próximo poemario)

miércoles, 25 de abril de 2018

Paréntesis

Con el tiempo acabamos asumiendo de sobra nuestros vicios y hábitos reprobables. Uno de los que más me disgustan es el de olvidarme de cerrar los paréntesis que abro: terrible descortesía hacia el lector. En los editores de texto que uso suele aparecer una señal luminosa delatando el paréntesis, la llave o el corchete huérfano. Y es algo de agradecer, sobre todo cuando se está escribiendo algún tipo de código, como TeX o LaTeX, donde dejar una llave sin su pareja puede llevar a una pequeña catástrofe tipográfica. Pero si las costumbres son tercas, las malas costumbres acaban siendo indomables. El pecador, ya se sabe, sólo ve lo que quiere ver, y desatiende los avisos piadosos. Esos benditos editores de texto, por cierto, también incluyen la utilísima función de colocar el paréntesis de cierre automáticamente cuando se teclea el de apertura. Yo la suelo tener desactivada, pues me incomoda bastante al escribir. Es como iniciar un viaje con todo planificado, o como saber el día de la propia muerte. El pecador, claro, también cae en la autocompasión e intenta explicar y explicarse sus faltas: tal vez uno es incapaz de seguir un camino recto o de querer llegar a puerto. Siempre podemos desviarnos y festejar el desvío y la digresión, el placer de la callejuela o detenernos en los mercados de Fenicia (una idea, un escaparate, una plaza escondida, la luz de un paisaje, un rostro.

jueves, 12 de abril de 2018

Bspwm y la metáfora del escritorio

Una de las cosas que los usuarios de GNU / Linux tenemos en abundancia (además de moral) son los entornos de escritorio y gestores de ventanas. Frente a la tiranía de Windows y Apple, que obligan a sus usuarios a tirar con «lo que hay» (porque, claro, ellos saben más que nadie lo que los usuarios necesitan), en el mundo libre uno puede saltar de entorno en entorno según sus necesidades y apetitos, y tener cuantos quiera instalados a un tiempo. Con razón se suele decir que no hay nunca un Linux igual a otro. Entornos los hay a cientos y para todos los gustos: proyectos grandes y veteranos, con sólidas comunidades y respaldados por fundaciones y corporaciones varias, como KDE y Gnome; pero también otros desarrollos que, aun teniendo su punto excéntrico y marginal, no dejan de ser tremendamente interesantes. Para probarlos basta con cargarse de ganas y curiosidad, pues siempre están disponibles en los repositorios oficiales de las distribuciones.

En mi caso, yo llevo trabajando un tiempo con Bspwm, un gestor de ventanas del que me he enamorado perdidamente, aunque los amores en Linux siempre son polígamos o simples aventuras de una noche. Bspwm vendría a ser un gestor de ventanas estilo «tiling», de esos que aspiran a romper con la metáfora clásica del escritorio a la que casi todos estábamos acostumbrados desde antiguo. En ésta, las ventanas se disponen como si fueran papeles que van apilándose en una mesa, a veces con demasiado caos, lo cual es una representación bastante fiel (ay) del escritorio físico. Por contra, en los tiling las ventanas se ordenan marcialmente igual que un mosaico, aprovechando hasta el último centímetro de la pantalla. Olvídense de cosas tan rancias como la barra de título o los botones de maximizar, minimizar o cerrar. Bspwm, así las cosas, me resulta increíblemente cómodo para traducir, o incluso maquetar, donde suelo tener un montón de ventanas abiertas a un tiempo. Además, se maneja con una rapidez pasmosa sin levantar las manos del teclado (en los portátiles es una bendición), su consumo de recursos es ridículo y aprender a usarlo es infinitamente más fácil que recordar su nombre.

De todas formas, insisto: en Linux somos todos abejorros de culo inquieto. O tal vez no exista el entorno de escritorio perfecto. Por eso siempre es una liberación poder usar varios entornos (y metáforas de escritorio) a lo largo del día, frente al aburrido uniforme gris del software privativo. Aunque también decía un usuario del foro de Manjaro Linux (refiriéndose a los dos entornos emblemáticos del sistema operativo del pingüino): «When I run Plasma I miss GNOME’s simplicity. When I run GNOME I miss Plasma’s configurability». Esto mismo (le contesté) ya lo teníamos en nuestros viejos libros de texto de latín: «Romae rus, ruri Romam desidero» (En Roma extraño el campo, en el campo extraño Roma).