viernes, 3 de noviembre de 2017

Apple



La multinacional Apple, que fabrica unas carcasas de diseño muy bonitas, con una manzana, y a veces con botones, despierta en mí entrañables sentimientos. Y emoción, como cuando veo esas colas tan largas para comprar sus productos de último grito, que son como el penúltimo pero con una cifra más. Así que pensaba enviarles este texto por esta Navidad. Seguro que les encanta.

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Cuando alguien adquiere un dispositivo Apple (un iPhone, un iPad, un MacBook o cacharro similar) se le abren dos posibles caminos vitales. El primero (y, por desgracia, el más frecuente): entrar en un estado alterado de conciencia, una especie de Nirvana donde se dejará desplumar con devoción, y hasta placer, cada vez que la etérea manzana se digne a venderle a él, pobre mortal, cosas como un simple y puñetero cable de mírame y no me toques que, además, no respeta los estándares. La otra posibilidad, más mundana, es que se dé cuenta de pronto de que ha hecho el canelo. Puede, por supuesto, devolver el producto y recuperar el dinero. También, si ha perdido la garantía o el producto le ha llegado por dudoso mercadeo, puede ponerlo a subasta en Ebay. No tardará en venir algún tarado que pague el equivalente a un salario por algo como un simple celular con una manzana dibujada. Así está el mundo. Pero hacer eso implicaría propagar el mal. Yo me quito el virus pero se lo paso a otro. Eso no es ético. Lo ético sería contribuir a acabar con el virus. Mi propuesta, por tanto, consiste en que, por una mínima inversión de más, compre un martillo maza (como el de la foto ilustrativa) y se aplique con saña. No recuperará el dinero, pero le servirá de desahogo y catarsis.