domingo, 18 de septiembre de 2016

El fino humor de Homero

En la Odisea (Canto III), Telémaco desembarca en la arenosa Pilo buscando noticias de su padre. Le acompaña Méntor. Pero no es Méntor sino Atenea, que ha tomado la forma de aquél: algo muy propio del poema de las apariencias y las transfiguraciones. Pisístrato, hijo de Néstor, recibe a los forasteros, y le entrega una copa de vino al impostado Méntor para que haga las pertinentes libaciones a los dioses. Ignora que le está pidiendo a una diosa de reglamento que entone una plegaria para sí misma, cosa que (por otra parte) Atenea acepta con naturalidad. Pero así lo cuenta Homero, en mi propia traducción:

[...]

«Ruega ahora, oh extranjero, a Poseidón soberano,
pues por él es el festín que aquí os habéis encontrado.
Mas no bien que hayas libado y rogado como es justo,
entrégale a éste la copa del vino que sabe a miel,
y libe, que también ruega, pienso yo, a los inmortales,
y de los dioses los hombres todos son necesitados.
Pero como es el más joven y tendrá mi misma edad
a ti doy primero la copa de oro.»

Tal dijo, y puso en sus manos la copa de dulce vino
y se alegró Atenea de hombre tan justo y cabal,
pues que a ella le daba primero la copa de oro.
Y al punto hizo muchas súplicas a Poseidón soberano:

«Escúchame, Poseidón, que ciñes la Tierra, no niegues
a quienes te hacemos ruegos que se cumplan estas cosas.
Primero de todo a Néstor y a sus hijos tráeles fama.
Mas luego a estos otros dales agradable recompensa,
a todos los pilios, por tan grandiosa inmolación.
Y haz que Telémaco y yo nos vayamos con el logro
de lo que hasta aquí nos trajo en raudo y negro navío.»

Tal pronunció en su plegaria y ella misma la cumpliera...

(Homero, Odisea. Traducción: Juan Manuel Macías)