domingo, 3 de abril de 2016

1 mirlo

¿También en este viento sucio del poema,
en esta noche anidará el sueño de un mirlo?

Demasiado viento y demasiada noche
pueden echarnos sin piedad a un largo afán de escenas destrenzadas
que nunca sabrán hallar el consuelo de su película.
En esta noche que ni siquiera es negra quisiera entregar todo en un regalo
y no sé cómo juntarlo. Todo. Mi propio miedo
como si el mundo fuera una estación cada día más sola.
Y aquel árbol triste de la niñez donde --parece-- se había ahorcado un hombre.
Una vez soñé que todos los maniquíes ardían en los escaparates de las tiendas
y me entristeció mucho ver cómo se consumían a un tiempo y no saber la moraleja.
Aún veo a mi padre alzándome en brazos por última vez,
y con ese recuerdo me sigue sorprendiendo el misterio, divertido, de recordarme
pequeño en brazos de mi padre, con tanta naturalidad, lo mismo
que si tener otro cuerpo --un cuerpo de niño-- pudo algún día haber sido posible.

Si embargo, ya sabemos que poner todas las cosas, una tras otra --y de noche-- en un poema,
no nos devuelve el mundo.
Cuánto mejor ser devotos de lo singular y lo simple,
como sucede en la Odisea, donde un trajín de islas y mujeres y negras naves,
incluso los días y las noches, en riguroso orden,
sólo estaban para pasar, en fila, por la mirada pasmada de Telémaco,
y ante su soledad, tan parecida a la nuestra.
Por eso, más allá de lo sucio, de la noche y de este viento múltiple que se autocompadece,
sólo pido que sobreviva, por favor,
cuando por fin se acabe el poema y amanezca ya del todo,
el mirlo definitivo, el que se posa en los mejores sueños
para curar la tristeza de los árboles;
el mirlo que nunca seré capaz de soñar,
el más limpio, el más puro, el más hermoso, como una sola nave negra
para surcar una sola primavera. Sólo
ese mirlo es mi regalo.