martes, 23 de diciembre de 2008

FELIZ NAVIDAD

Cuando era pequeño, en mi colegio, toda mi clase se organizaba en un coro para cantar villancicos y litigar con otros cursos y otros coros. La profesora de música siempre me daba un severo consejo: "mueve la boca, pero no cantes". Pasado un tiempo, tuvimos otra profesora de música, suplente, a quien se le ocurrió convertir nuestra clase en una orquesta que debería actuar el último día antes de las vacaciones de Navidad. A tal efecto, nos entregó a cada uno de los niños un instrumento distinto, acorde con nuestras aptitudes musicales. Repartió una guitarra, una armónica, una flauta, una melódica... Y a mí me dio una maraca. Un mes entero duraron los ensayos, a los que acudía pletórico de entusiasmo. Guardaba la maraca en mi cuarto con un extraño sentido de responsabilidad, como el tesoro que sólo los dioses o el destino pueden entregar. Se pueden imaginar cómo estaba el día del debut. La increíble sección de percusión la formábamos una niña con una pandereta, otro compañero que se sentaba en el pupitre de atrás (tipo especialmente dotado para el humor corrosivo) con un triángulo, y el que suscribe, con su maraca. Fue la primera vez en que me sentí parte útil de un todo. Concertado y a la vez individual, pues ningún instrumento estaba repetido. Mi maraca, por así decirlo, era imprescindible. Todos éramos imprescindibles. No me acuerdo de la música, probablemente mejorable, pero sí del ritmo. Fue un día de una rara felicidad. Luego, a uno le dan la noticia de que los reyes magos no existen, se va haciendo mayor, le cambia la voz, y las preguntas empiezan a atormentar. Demasiadas preguntas que conviene dejar sin responder. Por qué me dieron sólo una maraca, cuando por regla general suelen ir de dos en dos, es uno más de los misterios del mundo. Es toda una liberación que haya misterios.

Aquí les dejo con un misterio más, un hermoso villancico isabelino en la flauta del gran Ian Anderson, mucho mejor músico que yo, dónde va a parar. Pasen feliz Navidad.

(Y no se pierdan las felicitaciones navideñas, diarias, en DVD Ediciones.com)

viernes, 5 de diciembre de 2008

Trenes

En noches de los trenes, infinitas
de negritud y ávidas de empeño,
dejaba mi niñez las nunca escritas
letras azules, velas de entresueño.

Tiernos compases al sombrío acero,
sombra tras sombra, se encauzaban fieles;
y yo volaba, sin saber que Homero
ya urdiera el canto de aquellos rieles.

Canto del corazón agazapado
tras la ventana donde aún se clava
la pupila del niño imaginado
que veo al otro lado. Y yo volaba

sobre las noches de arrojadas crines:
montes en fuga, resbalados talles
de perfiles trazados con carmines,
peñas de guiños y celestes valles.

Volaba en largas noches de alamedas
ceñidas por sonámbulos caminos
embozados apenas en las sedas
que hila la estrella de los dedos finos.

Y aquellos mudos, ateridos puentes
sobre ríos dormidos: enarcadas
piedras de luna y soledad, holladas
por princesas —pensaba— transparentes.

Volaba la niñez en nervio y vela,
sutil estela que me arrastra ahora
y siempre, atravesando la acuarela
que diluía un mundo sin aurora.

Errante mundo, cuando florecías
ya en mis ojos llorabas de marchito:
buscaban nombres tus geografías
y sin nombres marchaban: oh infinito,

¿En que armazones de inocencia y sueño
podría hallarte para que ahora suenes?,
alto violín, alma de Clavileño
que poblabas las noches de mis trenes.

(De Cantigas y cárceles, Isla de Siltolá, 2011)

lunes, 1 de diciembre de 2008