miércoles, 1 de noviembre de 2017

La ley de la gravedad

Una de las cosas que más detesto del nacionalismo, como de cualquier enunciado integrista, extremista o totalitarista, es su preocupante falta de sentido del humor y, lo que es peor, su incapacidad para reírse de sí mismo. Al cabo esto es característica del discurso supersticioso. En la superstición toda solemnidad se vuelve algo grotesco, vacío. Y las palabras se pronuncian desde un gesto severo, a ser posible con un trueno y un relámpago de fondo. Por otra parte, es el estado mental idóneo para entrar de cabeza al rabaño, porque siempre, siempre habrá alguien por encima de todo eso (brujo, echador de cartas, vendedor de ungüentos, amado líder) que se estará frotando las manos. Si es que Chesterton tenía mucha razón: el diablo cayó por la ley de la gravedad.