domingo, 22 de diciembre de 2019

Estribillo

Estos días que preceden a la Navidad llevan su peculiar melancolía. Quizás sea el sentido de lo cíclico y lo estacional, la vuelta de los años, el giro del Tiovivo. Recuperamos sabores y gestos, asistimos a escenas y lugares largamente repetidos, que creíamos olvidados, pero que vuelven una vez y otra vez, y están ahí, tan nítidos como siempre, para volver a perderlos y olvidarlos de nuevo. ¿Es una terca reiteración de mundo, su propia enfermedad, o tan sólo el cansancio de una madrugada cualquiera? Tal vez la lírica popular y su prosodia, de donde surgen los villancicos, los más horribles y los más inesperadamente bellos, tenga la respuesta, o al menos el consuelo. El estribillo memorioso, que regresa intacto en su latido, como el ritmo del hombre en Arquíloco de Paros. Pero el estribillo --y ese es su misterio-- nunca vuelve igual, aunque así pudiera creer un auditorio distraído. Siempre hay un suave matiz en la voz, una inflexión, que lo hace definitivamente otro, fiel e infiel a sí mismo. Se avecina una nueva Navidad, insalvable como un estribillo. Y a pesar del cansancio de la madrugada presenciamos esta curiosa adivinanza: el mundo es infinitamente viejo y también infinitamente nuevo y joven.