miércoles, 23 de marzo de 2011

Un poema de Tránsito en el blog de José Luis Piquero

El poeta y fumador de pipa José Luis Piquero ha tenido la amable generosidad de colgar en su Guarida de Caín un poema de mi último libro, Tránsito. Desde aquí, todo mi agradecimiento.

El enlace:

http://minombre.es/joseluispiquero/2011/03/23/un-poema-de-juan-manuel-macias/

domingo, 20 de marzo de 2011

Nadie

Algunos dicen practicar la objetividad ante la poesía o cualquier otra forma de arte, o incluso ante el mundo. Nadie es objetivo, pero a diferencia de nosotros, subjetivos y descarados, el que se pretende objetivo simplemente oculta sus ardides a la manera del tahúr y entrega la cara (y la carta) que le conviene de su abundante repertorio, según la ocasión. Se mueve entre la cautela y la mesura, esas dos vírgenes sombrías. Nosotros preferimos la caída libre sin amparo, mortal a la fuerza, pero emocionalmente más saludable.

No digo que no haya datos objetivos. Se puede llegar a un cierto consenso sobre una amplia gama de cuestiones y, así, declarar en unánime asamblea que el ser humano tiene cuatro extremidades y los octosílabos ocho sílabas. Pero lo malo de los datos objetivos es que no nos sirven para nada ni nos salvan. ¿Acaso aportará algo comprobar que esa luna llena que sube desde la mitología hasta nuestra intranquila ventana es prácticamente redonda? Grande es nuestra ignorancia, desde luego, pero el universo, hasta sus más ocultos rincones, no deja de ser una tremenda perogrullada de sí mismo. Se da ya por sabido en el espejo de nuestros ojos, mil veces más extremos que esa ignorancia; nuestra mirada, que sostiene a la luna en vilo, y puede enunciar cosas como «árbol», «ciudad», «botijo», «archipiélago», «tú».

El sueño de la mecánica de Newton pretendía reducirlo todo a un limpísimo juego de engranajes girando a despecho de nosotros, como una oficina que trajina sin oficinistas. Sin embargo, no hay nada más triste, más enajenado que las cosas soportando el caudal de su existencia ciega. ¿Dónde están todos aquellos peldaños cuando yo no los recuerdo ni tú los puedes o los quieres ver? El crítico objetivo también sueña y reclama para el poema esa misma condición indiferente, inmutable y perfecta del universo de los viejos físicos. Pero, ¿dónde están los poemas cuando no se recuerdan ni (lo que es lo mismo) se dicen? Seríamos demasiado indulgentes si respondiéramos que en el papel o los libros. No, los poemas sólo son en la voz, en los labios, en el gesto, en el momento irrepetible, en ese tramo acotado de nuestra biografía. Y siempre contaminados de nosotros y de nuestro precario tiempo.

Hay quienes llegan a olvidar que la poesía es una herencia de aquellos que creían en la magia, el asombro y el misterio. Pero así debemos aceptarla, con esa tara de nacimiento. Vino con nosotros y se marchará con nosotros. Y después, cuando los peldaños dejen de ser peldaños y la luna regrese a su circunferencia casi perfecta, entonces tal vez nadie lo empiece a ver todo con una encomiable objetividad.

viernes, 11 de marzo de 2011

Bajo la piel, los días, de Eduardo Moga

[Esta reseña mía de poemario de Eduardo Moga Bajo la piel los días
apareció hace unos meses en el número 3 de la revista Isla de Siltolá]


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Tras varios adelantos y una cierta diáspora por publicaciones en internet y papel, llega al fin la última entrega poética de Eduardo Moga, ya de cerrada unidad y editada espléndidamente por Calambur. Nos viene con el embozo y la disciplina ficticia de un diario, de cuyas variadas invenciones no hallaremos menos notable esa conciencia siempre a punto de disgregarse en sueño, objeto y sujeto del discurso, que baraja y desbaraja sin tregua su vendimia cotidiana. Es una conciencia que se explica en prosa. «Los poemas pueden estar en prosa pero es mejor que sean prosa», nos explica a su vez el autor de dicha conciencia, y no podemos estar más satisfechos con sus palabras. De igual forma afirmaríamos que un poema también puede ser un soneto, pero nunca estar en un soneto. Al cabo, verso y prosa no parecen tanto dos elecciones tipográficas como dos pulsos de ánimo, a veces compatibles. Dos extremos posibles con un inagotable abanico de matices entre medias: muy lejos todo, por fortuna, de la lectio divina de los escolásticos.

La prosa de estos poemas, por tanto, no es un recipiente previo que espera ser llenado con «lo poético», pero tampoco una suerte de barra libre. Sería supersticioso pensar que la prosa es el estado natural del lenguaje, su territorio indómito. ¿Nos volvemos, también, más naturales en prosa? Sabemos (y ya es mucho saber) que el lenguaje nos suele servir para comunicarnos e intentar ordenar los pensamientos en nuestros prosaicos (que no prosísticos) días. Igual que las ramas de un árbol pueden convertirse en combustible. Pero el poeta va por otro camino, ajeno al uso comunal. Hay un desconcierto súbito, un aprendizaje infantil, una demanda: «Hemos salido en busca de las palabras: de las que nos unieran, de las que nos liberaran (…) Las palabras no tenían sonido, sino que sangraban; no tenían voluntad, sino volumen.»

Esa búsqueda constante vertebra el libro trazando una poesía asimétrica y fronteriza. El arte es esencialmente capricho y la frontera se vuelve el lugar más propicio para el poema, si entendemos la poesía como una tierra de nadie en medio de la guerra santa de los géneros, en espera de que éstos acaben por matarse definitivamente. Esa neutralidad (el «término no marcado», tildarían los lingüistas), ese estar siempre a punto de convertirse en cualquier otra cosa, hacen de la poesía una perfecta maestra de supervivencias, y los treintaiún poemas del volumen lo aprovechan hasta el fin. Todo sirve para el feliz expolio, todo se acumula en más y más estratos de diversos tonos y motivos: las reflexiones poéticas, la inseguridad ante la propia escritura o la de los demás, un afán ordenador de causas y efectos, la introspección somática, la soledad, el onanismo, la certeza de los otros, su incertidumbre también... de todo sale indemne cada poema, incluso de sus calculados momentos antipoéticos, que alternan, mediante asombrosos cambios de ritmo, con otros pasajes de deslumbrante lirismo e imaginería, a menudo salpicados de aliteraciones sutiles o de un vago (¿por qué no?) cascabeleo endecasílabo.

La dicción de Moga se conduce como un arrebatado, siempre insomne escarpelo hacia y por la realidad en torno. Pero la realidad re-encontrada es de naturaleza verbal. «La realidad se compone de corpúsculos lingüísticos, que chirrían cuando los piso, o se confederan en seres, o cobran dureza de nube (…) es verbo el viento que menea las ramas del árbol, y el árbol, y el amor que se ha sentido bajo sus ramas, y la nostalgia de ese amor.» Llega un momento en que el poeta comparte, por un instante tan sólo, el desasosiego de la sintaxis, antesala del abismo morfológico y el vértigo de la etimología, que son preludio a su vez del más desabrido pavor fonético. Al buscar la partícula indivisible y original, se descubre de pronto que las palabras están hechas de metáforas, y las metáforas de otras metáforas, como si en el fondo nunca se nombrara nada y el lenguaje estuviera aquejado de una infinita impropiedad. La poesía es incapaz de descifrar esa secreta trabazón de los hechos, los pensamientos y los lugares, pues, de lo contrario, se aniquilaría a sí misma. Pero estos poemas, como si de un virus se tratase, reproducen dentro el misterio y lo alimentan. Digamos que están enfermos de realidad y, por tanto, son realidad. Viven.

El armado de un poemario siempre conlleva el construir un poeta. Sin embargo, el poeta de Bajo la piel, los días no adopta la pose de creador, sino otra mucho más cercana a los mortales: la de compilador, término este que sonaba a música celestial en los oídos de los filólogos románticos. Y no andaban del todo descaminados. El poeta que crea es un personaje de leyenda, como legendarias son sus intenciones. Pero el poema, lo que queda, siempre es obra del lector. Eduardo Moga compila y recensiona la voz de Eduardo Moga y también, a veces, la de otros, como los pasajes escritos por Sergio Gaspar en un intercambio de correos y que abarcan nada menos que un poema entero del libro y parte de otro: «Ignoro si los consideraba poemas al escribirlos, pero yo sentí que lo eran al leerlos». Tal podrán decir de este libro, sin duda, quienes lo acojan y lo hagan suyo, como un eslabón incorporado a su propia y fragmentaria sucesión de días.

jueves, 3 de marzo de 2011

Anacreonte mix

Otro ejercicio de arqueología íntima. Rescato aquí unas viejas traducciones mías de Anacreonte de Teos. Fue, entre los líricos griegos arcaicos, el poeta que más voluntad puso en parecerse a Anacreonte de Teos. Y, a juzgar por sus pocos y dispersos fragmentos conservados, anduvo muy cerca de lograrlo.

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348 PMG

Te imploro a ti, flechadora de ciervos,
hija rubia de Zeus, soberana
de agrestes fieras, Ártemis,
que acaso ahora, sobre las corrientes
del Leteo, vigilas la ciudad
de varones intrépidos, alegre
ya que no pastoreas
una grey de salvajes ciudadanos.

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356 PMG a, b

Venga, niño, trae la copa
para beberla de un trago.
Vierte diez cazos de agua
y de vino cinco cazos,
que quiero, sin desmesura,
celebrar de nuevo a Baco.

Venga de nuevo, y no más,
entre gritos y entre escándalo,
al modo escita bebamos;
antes bien, embriaguémonos
de vino entre bellos cantos.

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357 PMG

Señor, junto a quien el tirano Eros
y las ninfas de ojos endrinos
y Afrodita la púrpura
juegan, tú que recorres
las elevadas cumbres de los montes,
de rodillas te pido: ven a mí
propicio y, grata como es,
oye mi súplica:
conviértete de Cleóbulo en un buen
consejero, y que acepte,
oh Dioniso, mi amor.

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358 PMG

De nuevo a mí su bola púrpura
me arroja Eros de cabellos de oro
y con una muchacha de sandalias
adornadas, al juego me convida.
Pero ella, de la bien plantada Lesbos,
mis cabellos rechaza,
blancos cual son, y queda boquiabierta
ante otra distinta cabellera.

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359 PMG

A Cleóbulo yo quiero,
por Cleóbulo enloquezco
y tras Cleóbulo mis ojos llevo.

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360 PMG

Muchacho de mirada de doncella,
te busco y no me escuchas;
no sabes que de mi alma
llevas las riendas.

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361 PMG

Yo no querría el cuerno
de Amaltea, ni ciento
cincuenta años, tampoco,
como rey de Tartesos.

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363 PMG

¿Por qué te ensalzas
cuando te untas con ungüento el pecho
más hueco que una caña?

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376 PMG

Tirándome otra vez desde la peña
de Leúcade, en las olas blancas me sumerjo, ebrio de amor.

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388 PMG

El que antes llevaba un gorro liado cual piel de avispa,
y unas tabas de madera en las orejas, y al lomo
un pellejo de buey calvo

(mugrienta funda de un mal escudo); y con panaderas
y rameras se mezclaba el desgraciado Artemón,
y halló una vida canalla.

El que a menudo en el cepo ponía el cuello, y en la rueda,
y en la espalda le azotaban con un látigo de cuero,
rapado de pelo y barba,

ahora marcha en un carrito, llevando pendientes de oro,
el hijo de Ceca, y usa un parasol de marfil,
imitador de mujeres.

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395 PMG

Canosas tengo ya las sienes
y blanca la cabeza,
y ya no me acompaña la graciosa
juventud, y mis dientes son ancianos,
y de la dulce vida ya no es mucho
el tiempo que me queda.
Por eso yo sollozo
a menudo, del Tártaro espantado,
pues el abismo de Hades es terrible
y penoso el descenso, y es seguro
que aquel que lo ha emprendido ya no vuelve.

(Traducciones de Juan Manuel Macías)